"La gente muchas veces no conoce para qué sirve ganar una elección o tener la mayor cantidad de diputados" expresó el miércoles -sin ningún atisbo de humildad- José Alperovich.

El gobernador es un hombre de pocas palabras. Al menos no utiliza demasiadas cuando habla. Es mezquino con sus ideas. Prefiere que los hechos hablen en su lugar. Una persona promedio utiliza 300 vocablos para expresarse. Alguien más culto, digamos un lector asiduo de diarios y libros y que usualmente escribe, maneja 500. Un escritor, un filósofo o un intelectual pueden llegar a emplear entre 800 y 3.000 términos.

Salvo en sus discursos, que siempre lee, el mandatario emplea menos de 300 expresiones cuando habla. No necesita más. Alperovich no construye poder desde lo discursivo, sino desde lo fáctico. Está en su instinto. No sabe y no puede explicar lo que hace. Y quizás tampoco quiera.

Por eso resulta relativamente sencillo abordarlo desde la semiótica. Es un flanco que él no cuida. Y tal vez ni siquiera conoce.

En términos callejeros podría decirse que es un hombre que "se pisa" mucho. En el plano psicoanalítico, es una orgía de actos fallidos o lapsus. Alperovich es la verificación del estructuralismo lingüístico, que sostenía que "el hombre no domina una lengua sino que la lengua lo domina a él".

Cuando el gobernador dice "la gente no conoce para qué sirve ganar una elección", lo que en realidad intenta decir es que la gente no conoce los motivos "reales" por los que él debe ganar. El mismo lo explica más adelante: "Estos últimos 10 años, gracias a la gran cantidad de diputados nacionales que tuvimos pudimos negociar con la Nación". Su relación con el kirchnerismo es sólo una negociación, algo que ya sabemos, pero es distinto que él lo reconozca.

"Muchas veces la gente dice que hay que castigar… que la gente castigue en el 2015, porque se eligen candidatos a presidente, gobernador, intendente y legislador. Pero hoy necesitamos completar lo que le está faltando a Tucumán". El "sincericidio" de Alperovich es categórico. Su vocación de poder es intuitiva, está en su naturaleza.

"Si el siervo se constituye en tanto siervo por su miedo a morir es porque el amo se constituye en tanto amo por su decisión de matar", sostiene José Pablo Feinmann en su último libro "Filosofía política del poder mediático".

Y continúa Feinmann: "Así, la pulsión de muerte le es esencial al espíritu de dominación. Y la voluntad de poder expresa su devenir: sabe que para ser lo que es siempre tiene que ser más. Para ser más tiene que crecer. Expandirse. Sólo conservará el poder que tiene si lo aumenta incesantemente. Dentro de ese orden, el sometimiento es fundamental. Diríamos que el sometimiento es la argamasa de las sociedades modernas". Y para Feinmann esa argamasa es la sangre.

A Alperovich no le interesa saber que mucha gente quiere "castigarlo" y ni siquiera conocer los motivos. Ergo, tampoco piensa solucionarlos. Sólo necesita un triunfo contundente el 27 de octubre que le permita seguir "negociando" con la Nación. "Castiguen después, ahora no, necesito que me sigan enviando dinero", es lo que quiso decir. Alperovich sólo sabe construir poder con dinero y, como sostiene Feinmann, sólo conservará el poder que tiene si lo aumenta incesantemente. Sólo así podrá mantener su sometimiento. Ese "castiguen después" significa "si ahora consigo más fondos podré evitar luego el castigo". Sin dinero su poder se desmorona e imagina que en 2015 el castigo puede ser sangriento, a decir de Feinmann. Sólo que esta vez la sangre no será de los otros.